Historia del Paseo del Prado de La Habana

Historia del Paseo del Prado de La Habana

Por: Ciro Bianchi.

Hasta 1772 La Habana no contó con los paseos que caracterizaban a las ciudades opulentas. Solo dos y bastante rústicos hubo hasta entonces en la villa. El que arrancaba en la puerta de La Punta de la Muralla, y corría hacia la caleta de San Lázaro, en las inmediaciones del actual hospital Hermanos Ameijeiras. Paseo éste que con el tiempo fue la calle San Lázaro. Se caminaba sobre tierra, a la sombra de los uveros. De una parte quedaba el mar y de la otra las huertas asentadas en la zona. El otro paseo salía de la puerta de Tierra de la Muralla, aledaña a la calle de ese nombre, tomaba la calle Monte y llegaba a Reina. También de tierra y a la sombra de cocales.

Hasta entonces (alrededor de 1770) la ciudad vivía preocupada por sus medios de defensa. Eran tantas las guerras, las expediciones y los saqueos que la principal preocupación fue la construcción de castillos y fortalezas, así como las murallas. Téngase en cuenta que entre 1762-63 La Habana fue ocupada por los ingleses.
Había, sí, un respetable número de iglesias y conventos y como plazas estaban las de Armas y San Francisco. También la del Cristo y la llamada Plaza Vieja, dedicadas ambas al comercio.

No había todavía ningún teatro en la villa. No estaba construida la Catedral. No se había edificado aún el Palacio de los Capitanes Generales, y las plazas de la Catedral y de Armas eran lugares yermos y cenagosos. Las distracciones de los habaneros entonces eran las de concurrir a las procesiones religiosas y los desfiles y paradas militares.  Servía además de solaz recorrer las calles comerciales, que eran entonces las de Mercaderes y Muralla, cuyas tiendas, por las noches, permanecían alumbradas con quinqués y lámparas y ofrecían en conjunto el espectáculo de una feria o gran bazar.

En esas condiciones estaba La Habana cuando Felipe de Fons de Viela, marqués de la Torre, fue nombrado capitán general de la Isla por el rey Carlos III. Se le considera como el primer gran urbanista de la ciudad. El Marqués prohibió que siguieran construyéndose casas de paredes de tapia o embarrado y techos de guano, y se empeñó en dotar a La Habana de un teatro, la Casa de Gobierno y un paseo. Ese paseo fue la Alameda de Paula, llamado así porque frente a uno de sus extremos se levantaba el Hospital de San Francisco de Paula. Su construcción se inició en 1772.

Construcción del Prado de la Habana

El Marqués de la Torre no solo construyó la Alameda. También en 1772 dio inicio a las obras del Paseo del Prado, mejorado y embellecido luego por los gobernadores que lo sucedieron en el Gobierno. Era el del Prado un paseo de extramuros, que corría paralelo a las Murallas.

Prado ha tenido varios nombres: Paseo del Prado, Alameda de Extramuros, Alameda de Isabel II, Paseo del Nuevo Prado, Paseo del Conde de Casa Moré y Paseo de Martí, que es su nombre oficial. Habitualmente se le ha llamado Paseo del Prado o Prado, a secas, nombre este que obedece al parecido del Paseo habanero con el madrileño que corre entre la fuente de Cibeles y la estación ferroviaria de Atocha, en la capital española. Se extiende desde la actual Plaza de la Fraternidad hasta el Malecón, aunque el Parque Central lo divide en dos secciones bien diferenciadas.

Hacia 1841 ese paseo se convierte ya en el centro de La Habana. La Plaza de Armas, oportunamente, desplazó a la Alameda de Paula como lugar de preferencia.  Y el Prado a su vez desplazó a la Plaza de Armas, «por su mayor extensión y amplitud, más adecuadas a la importancia y población que iba adquiriendo la ciudad».

Era tan grande el número de quitrines que circulaban por la vía entonces que se hacía necesaria «la atención más rigurosa para no ser atropellado», dice el escritor gallego Jacinto Salas Quiroga en su libro Viajes por la Isla de Cuba. Prosigue: «Cada carruaje se mantiene en su orden, y marqueses y condes, caballeros y plebeyos, con tal de que tengan medios suficientes para mantener una volanta propia, figuran en este animado y brillante paseo. ¿A qué van? Van a ver y a que los vean». Las señoras saludan con el abanico y los caballeros, con la mano. Contaba el Paseo en esa época con aceras cómodas y bancos, donde descansaban los que lo recorrían a pie. Cinco bandas de música, situadas estratégicamente, dejaban escuchar sus melodías.

Mejoras en la calle Prado

La estructura del Prado ha permanecido inalterable a través de los años. Pero su parte central era de tierra; no estaba pavimentada, aunque sí lucía árboles frondosos en sus bordes.

Durante la primera ocupación militar norteamericana (1899-1902) se le introdujeron algunas mejoras al Prado y se sembraron álamos. En tiempos del presidente Zayas (1921-25) se sembraron pinos. Después de 1925, cuando toma posesión de la presidencia el general Gerardo Machado, su ministro de Obras Públicas, Carlos Miguel de Céspedes, se empeña en hacer de La Habana una ciudad moderna. Para ello trae a Cuba a J. C. N. Forestier, jefe de jardines, paseos y parques de París, a fin de que haga las recomendaciones pertinentes.

La Habana de entonces llegaba hasta el parque Maceo y la Universidad. Aunque ya el Vedado crecía y nuevos repartos se asentaban en el oeste de la urbe. Carlos Miguel construyó el Capitolio. Trazó la Avenida de las Misiones. Diseñó la Plaza de la Fraternidad sobre el viejo Campo de Marte. Proyectó el Hotel Nacional de Cuba. Y, entre otras obras, remodeló el Paseo del Prado.

Se trabajó allí con una celeridad extraordinaria. Al punto que viejos habaneros recordaban que una noche se acostaron con la imagen de los pinos del Prado y, al día siguiente, habían desaparecido para dejar espacio a los laureles que, traídos de la finca La Coronela, se sembraron ya crecidos.

El paseo central se pavimentó entonces con un bello piso de terrazo. Se dotó el espacio de bancos de piedra y mármol. Las farolas artísticas suministraban al lugar una iluminación excelente. Y se colocaron copas y ménsulas en profusión.
Se emplazaron asimismo los célebres leones, ocho en total. Tomaron como muestra la pieza original que Carlos Miguel había adquirido en Londres, en 1920. Se reprodujeron y fundieron en bronce en los grandes talleres de Gaubeca y Ucelay, en Regla.

Durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, las clases pudientes construyeron sus mansiones en el Paseo del Prado.
Cuando las abandonaron para asentarse en el Vedado y en los nuevos repartos del oeste (Country Club, La Coronela, Kholy…) sobrevino una invasión de comercios de lujo, dedicados en lo fundamental al turismo, seguida de otra de oficinas, hoteles, cafés.

Inauguración del Paseo del Prado o de Martí

El Paseo del Prado o de Martí tal como lo conocemos hoy con su senda central de terrazo, sus bancos de piedra y mármol, farolas, copas y ménsulas, y sus laureles, quedó inaugurado el 10 de octubre de 1928. Un poco después, el 1ro. de enero del año siguiente, se emplazaban los ocho leones sobre sus pedestales. En contra de lo que suponen no pocas personas, ninguno de ellos fue robado jamás.

Personajes célebres que vivieron en Prado

A fines del siglo XIX, quizá un poco antes, y comienzos del XX, aristócratas, burgueses y profesionales se fueron a vivir al Prado. De la crónica habanera emerge, como vecino del lugar, el doctor Manuel Piedra, eminente clínico que diagnosticó el primer caso de cólera en La Habana y que salvó la vida milagrosamente al contraer dicha enfermedad. También los médicos Miguel Franca, Benigno Souza y Joaquín Lebredo, cuyo nombre lleva la maternidad municipal de Arroyo Naranjo.  El ingeniero José Toraya y el magistrado Antonio Barrera, a quien siempre habrá que agradecer sus desvelos por mantener viva la obra del narrador Alfonso Hernández Catá. El periodista José María Gálvez, que presidió el Partido Autonomista.

En Prado 9, en la casa de su abuela materna, vivió parte de su infancia el gran poeta José Lezama Lima.

Antes, en Prado entre Ánimas y Trocadero, tuvo su residencia don Pancho Marty, célebre negrero, dueño del Teatro Tacón y del monopolio del pescado en la capital.

Dos residencias fastuosas se alzan en la esquina de Trocadero, sobre la acera de la izquierda, según se avanza desde Neptuno hacia el mar. La primera de ellas, que todavía a comienzos del siglo XX se consideraba la más lujosa de La Habana, fue construida por una dama francesa de apellido Scull y adquirida, luego de haberla vivido ella con su familia, por Felipe Romero, conde de Casa Romero, casado con la mayor de las hijas del conde de Fernandina, de quien se dice que es la habanera más bella de todas las épocas.

Cruzando Trocadero aparece la casa que fuera del mayor general José Miguel Gómez, sede hoy de la Alianza Francesa. Antes, en ese mismo sitio, se alzó la casa de Marta Abreu, que el caudillo liberal demolió para construir la suya. Las dos casas contiguas a esa fueron también propiedad de Marta; no así, como se insiste en afirmar, la de Prado y Refugio, sobre la misma acera. Esta otra gran mansión la edificó Frank Steinhart, un norteamericano que arribó a Cuba como sargento y que con el tiempo llegó a ser cónsul general de su país en la Isla y un acaudalado hombre de negocios, dueño de la empresa de los tranvías.

En las postrimerías del siglo XIX hubo en ese espacio una vivienda que se singularizaba de manera notable del resto de los edificios de la barriada.
Era una casa cuyo piso estaba unos dos metros más bajo que el nivel del Paseo del Prado, por lo que desde la calle se veían, sobresaliendo de la edificación, los árboles frutales y de sombra que la familia que la habitaba tenía en su patio. Esa casa se demolió y allí a su gusto construyó Steinhart la suya. Años después del triunfo de la Revolución, todavía la vivía su hija. Quedó sola con un cocinero chino. No se hablaban, ni siquiera se veían. Ella, inválida, ocupaba el piso superior y no podía bajar. Él, también inválido, estaba limitado a la planta baja y no podía subir.
Quienes los visitaron entonces recuerdan el ambiente surrealista de la casa, donde parecía que el tiempo se había detenido, y a la hija de Steinhart, muy pálida, en su cama antigua, en una habitación cerrada, donde cortinas de terciopelo impedían el paso de la luz.


Sitios de interés a lo largo de Prado

En la casa marcada hoy con el número 309 murió el poeta Julián del Casal.

Los mejores hoteles de la ciudad abrían entonces sus puertas sobre el Paseo del Prado, sitio donde confluían la corriente turística extranjera, sobre todo norteamericana, y los visitantes del interior.

En el momento de su inauguración, en 1875, en la esquina de San Rafael, el Inglaterra se anunciaba como un hotel enteramente iluminado con luz eléctrica y provisto de elevadores, cuarto de baño en cada habitación, cantina, barbería e intérpretes en todos los idiomas.

El Sevilla, fundado en 1908, tenía su entrada por Trocadero, hasta que en los años 20 construyó una torre de varios pisos que anexó al edificio original y extendió sus servicios y dependencias hasta Prado.

El hotel Miramar, en la esquina con Malecón, era el más caro de la ciudad. Pequeño, pero muy confortable; lujoso, con chefs de cocina franceses y un orden y limpieza extremados.

El Telégrafo disponía de servicio telegráfico exclusivo y teléfono en cada habitación, lo que lo hizo el preferido de hombres de negocio y periodistas extranjeros de paso por la Isla. Este establecimiento, al igual que el hotel Miramar, era propiedad de Pilar Somoano de Toro. Ambos se descomercializaron por causas que desconoce el escribidor. El Miramar empezó a perder el favor de la clientela hacia 1920 y aquella instalación preferida por el mundo elegante era en 1934 edificio de oficinas —allí tenía la suya Sergio Carbó, el periodista más popular de Cuba en ese momento—, hasta que se destinó a sala de fiestas y a escenario de peleas de boxeo. Todavía en los años 60 estaba en pie: era un caserón oscuro y vacío. El hotel Telégrafo, en 1958, era una triste casa de huéspedes.

Cuando Prado todavía era Prado —décadas del 40 y el 50 del siglo pasado— podía en ese Paseo sacarse pasaje para cualquier parte del mundo.
Aunque ya las oficinas de algunas compañías de aviación y de reserva y venta de boletos se habían trasladado al Vedado y en particular a la Rampa —incluso a grandes hoteles como el Havana Hilton, inaugurado en 1958— permanecían en el Prado habanero agencias como Canadian Pacific Airline, en el 454 de la calle, que volaba a Hong Kong, Tokio, Honolulu y Australia y también a Canadá, Europa Central y Sudamérica; Sas, aerolíneas escandinavas, a Suecia y Noruega; Tair llevaba pasaje y carga a Centroamérica; Branft lo hacía al medio oeste norteamericano, Aerolíneas Argentinas, a Buenos Aires, y la British Europan volaba a Londres y a las posesiones británicas en las Antillas. Aeropostal Venezolana (en los bajos del hotel Sevilla) volaba directo a Caracas en lujosos Súper G Constellation y desde esa ciudad conectaba con toda la América del Sur.
No faltaban las oficinas de la KLM, la aerolínea holandesa; y la cubana Aerovías Q, en Prado 12, volaba a Cayo Hueso, Palm Beach e Isla de Pinos y fletaba aviones a todas partes, aquellos míticos Douglas DC-3 de 28 pasajeros, de los que todavía vuelan unos 2 000 en todo el mundo. Cubana Aero Expreso, en Prado esquina a Trocadero, transportaba paquetes y mercancía a Europa (vía Lisboa y Madrid) y también a Nueva York, México, Miami, Haití y Nassau, así como a 20 ciudades cubanas. Podrían mencionarse otras aerolíneas más, pero el escribidor, también sin ánimo de ser exhaustivo, quiere decir que en la época todavía funcionaba (bajos del Centro Gallego) la oficina de la agencia Dussaq Company Limited, que en 1958 se tenía como la más antigua organización cubana de viajes y transporte; fue fundada en 1876 y se especializaba en viajes internacionales y excursiones a Europa y a cualquier parte del mundo. Asimismo prestaba servicio (en Prado 20) la American Express Co., una organización de viajes conocida mundialmente que aseguraba reservas y compra de pasajes en todas las líneas aéreas y de vapores, ferrocarriles y ómnibus del mundo entero y programaba excursiones e itinerarios tanto de grupos como individuales.

Los automóviles Porsche y Packard mantenían sus agencias de venta en los bajos del desaparecido hotel de ese nombre, y Guerlain abría su perfumería en el número 157.

En Prado tenían sus sedes el Partido Ortodoxo (número 109) y el Partido Demócrata (206).

En Prado 111 estaba el Club de Cantineros y la Asociación de Dependientes del Comercio de La Habana, en el número 207.

La Asociación de Transportistas Aéreos de Cuba, en el 252.

Los centros Andaluz y Montañez, así como la Asociación Canaria, tenían su sede en los números 104, 362 y 201, respectivamente, de esa vía.

El Casino Español, en Prado y Ánimas, se creó en 1869 y contaba con 2 304 socios a fines de 1956. Era la decana de las sociedades regionales españolas.

En Prado 216 radicaba la Asociación Libanesa de La Habana y en el 258 la Asociación Sirio Libio Palestina.

En la esquina de Prado y Virtudes, el American Club evidenciaba, dice el historiador Carlos del Toro, la presencia de una vigorosa e influyente colonia norteamericana en Cuba. Su antecedente hay que buscarlo en el United States Club, inaugurado en 1899 en el mismo edificio, con el fin de ofrecer un local de reunión a los oficiales norteamericanos destacados en Cuba y a los marinos de la misma nacionalidad que arribaran al puerto habanero. Pero el United States Club no pudo resistir la competencia del Club de Oficiales del campamento militar de Columbia, en Marianao, y cerró sus puertas en 1900.

Poco después, tras el asesinato del presidente McKinley, el 6 de septiembre de 1901, el gobernador militar Leonardo Wood, en una proclama dirigida a los estadounidenses radicados en la Isla, lamentaba que no existiese en Cuba una organización norteamericana capaz de asumir el homenaje al mandatario difunto. Sus palabras no cayeron en el vacío y luego de varias reuniones, el 21 de octubre de 1901 en el hotel Pasaje, también en Prado, se constituía oficialmente el American Club, que pasaría a sesionar, con sus 59 socios fundadores, en el edificio de Prado y Virtudes. A partir de ahí en el American Club se juntaron norteamericanos, cubanos y españoles muy ricos. Una membresía mixta en cuanto a nacionalidad, pero homogénea en su condición social y de clase.
No pocos grandes negocios nacieron en los salones de esta sociedad que todavía en 1963, cree recordar el escribidor, mantenía a su portero uniformado y mostraba la bandera de las barras y las estrellas detrás del vidrio de la entrada. El aire acondicionado trabajaba con tal potencia que cuando se abría la puerta el frío se sentía en la acera.

Restaurantes y cines que existían en Prado

Refiere la crónica que el restaurante del hotel Miramar fue uno de los lugares donde mejor se comió en La Habana. Sitios donde comer bien, y a veces mejor, en Prado nunca faltaron. Muchos recuerdan aún el servicio del Centro Vasco, a comienzos del Paseo, antes de su traslado al Vedado, y las comidas de la Tasca Española, en el número 51 de la calle. El Frascati, en el 357, se alza todavía en el recuerdo de los que lo conocieron como una casa insuperable de la cocina italiana, poco extendida en la Cuba de entonces.

En el restaurante del hotel Siboney, en Prado 355, preparaba el entonces muy joven Gilberto Smith platos de cocina judía —funcionaba la Unión Hebrea Chavet Ahim, en el número 557—, hasta que, ya con la cocina en la palma de su mano, pasó a Los Tres Ases, en Prado 356. Gozaba esa instalación de una clientela selecta: ricos empresarios, políticos de moda, profesionales de sólido prestigio. Entre ellos estaba el periodista Enrique de la Osa, jefe de la sección «En Cuba», de la revista Bohemia, siempre con una copa de Veterano de Osborne en la mano, rodeado de amigos y a la caza de la noticia. Era un cliente espléndido, que recompensaba con largueza el buen servicio. También el ex primer ministro Carlos Saladrigas, ensimismado y taciturno, y Bobby Maduro, uno de los dueños del Gran Stadium del Cerro y de la Financiera Nacional, locuaz y sonriente, satisfecho de la vida.

El senador Eduardo Chibás, que nunca dio propinas, se desvivía por las costillas de cerdo Baden, que Smith preparaba para él en Los Tres Ases.

Escuela de Televisión, animada por Gaspar Pumarejo, el pionero de la TV en Cuba, transmitía todas las noches desde el local que fuera del cine Prado, en el número 210 de la calle y que es donde radican los estudios de sonido del Icaic.

En Prado comenzaron los habaneros a conocer el cine hablado. El hecho, de relieve cultural, ocurrió en el cine Fausto, en Prado y Colón.

En Prado y Neptuno, en una sala de fiesta surgió, con el título de «La engañadora» y autoría de Enrique Jorrín, el primer chachachá.

En la esquina de San Miguel, el hotel Telégrafo exhibió en su fachada el primer anuncio lumínico que se conoció en La Habana. Se trataba de una bandera cubana hecha con bombillos incandescentes y en movimiento, con la que se promocionaba la cerveza La Tropical.

Además del ya mencionado Fausto, se encontraba en Prado el cine Negrete, en la esquina de Trocadero, en los bajos del Centro de Dependientes del Comercio de La Habana, y los cines Lara, en el 353, y Capitolio, en el 563.
El teatro Payret, en la esquina de San José, se inauguró el 23 de enero de 1877 y por su escenario desfilaron famosos cantantes de ópera, actrices como Sarah Bernhardt y bailarinas como Anna Pavlova. Fue adquirido en 1948 por los sucesores de Laureano Falla Gutiérrez. Los nuevos propietarios decidieron remodelar el edificio. Cuando se reinauguró en 1951 se dedicó sobre todo a la exhibición de películas españolas.

El cafecito de García

Casas de huéspedes y hotelitos de segunda, pero con una buena cocina como el Biarritz, en Prado 519, eran varios en el Paseo. Habría que mencionar asimismo otros como Regis, en el 163; Areces, en el 106; Caribbean, en el 164; Pasaje, en el 515, y Saratoga, en el 603.

Las tiendas de suvenir para turistas eran igualmente numerosas. Lo mismo que los bares, como Partagás, en el 359; Wonder Bar, en el 351, y la Barrita de Don Juan, en el 567.

Abundaban los pequeños cafés, como el Ninoska, llamado después Barón Bar, en el número 115, frecuentado por Fidel antes de los sucesos del Moncada, y por Max Lesnik, líder de la Juventud Ortodoxa.

En el zaguán del edificio marcado con el número 565, el cafecito del vizcaíno Lorenzo García servía de tapadera a un lucrativo negocio de préstamos al garrote, en el que el pintoresco sujeto jugaba siempre al seguro. Allí trabajaba el padre del escribidor que, pese a lo modesto de su empleo, recordó hasta el final con alegría aquella etapa de su vida.

Diario de la Marina, periódico fundado en 1832, tuvo no menos de nueve domicilios hasta su emplazamiento definitivo en Prado y Teniente Rey, edificio construido a un costo de millón y medio de pesos. El decano de la prensa cubana, como se le llamaba todavía en 1960, fue vocero de la burguesía y, en especial, de los intereses españoles en Cuba y en menor medida de banqueros y hacendados.

Casi en el otro extremo del Paseo, en el número 53, se alzaba el llamado Palacio de la Radio, sede de RHC Cadena Azul y la Cadena Roja, emisoras pertenecientes a Amado Trinidad. Otras radioemisoras de la calle eran Radio Mambí (107) y Radio Caribe, que desde el edificio del Club de Cantineros se mantenía 24 horas al aire. Radio Continental, en el 206, y Radio García Serra, en el 260.

En el Paseo del Prado radicaban asimismo la corresponsalía de la Prensa Unida (158) y las redacciones de Diario de Cuba (412) y la revista Lux (615).

NOTA EDITORIAL

El artículo original de Ciro Bianchi fue publicado en dos partes: «Explorando Prado (I)» y «Explorando Prado (II y final)», el 10 y 18 de octubre del 2015 en el periódico Juventud Rebelde.

Sancristóbal