Sancristóbal_Tropicana

Ayer y hoy: protagonismo de la música en el cine cubano (II)

Por Jorge Calderón.

Filmada en México y Cuba en 1945, Embrujo antillano fue una coproducción entre ambos países que dirigió Geza P. Polaty con la colaboración de Juan Orol. En ella había canciones de Osvaldo Farrés y Julio Brito, rumbas y guarachas de otros autores, así como el bolero tema, «Embrujo Antillano», del entonces muy joven aún compositor José Carbó Menéndez. Los protagonistas de la película fueron Ramón Armengod, María Antonieta Pons y Blanquita Amaro.

A partir de un argumento de Caridad Bravo Adams, en 1947, Raúl Medina dirigió Oye esta canción. El rodaje se realizó en el Casino Deportivo y en el Estudio Gigante de la emisora RHC Cadena Azul, propiedad de Amado Trinidad. El cantante Tony Chiroldes y la Orquesta Almendra, de Abelardito Valdés, junto a los actores Perlita del Río, Rafael Bertrand, Miguel Riera y otros, figuraron en la película, cuyo tema giró en torno a un compositor fracasado que, tras abandonar a su esposa, deviene alcohólico. Pasa el tiempo; al reencontrarla, ella se ha convertido en cantante y, juntos, alcanzarán el triunfo. Como podrán observar, trátase de una historia sencilla, simple pretexto para la presencia de la música.

Otra coproducción cubano-mexicana volverá a filmarse al año siguiente: El ángel caído, que dirigió Juan J. Ortega, con Rafael Baledón y Rosita Quintana en los roles protagónicos. En una actuación especial en dicha cinta, Daniel Santos, El inquieto anacobero, acompañado por la Sonora Matancera, cantó la guaracha «El tíbiri-tábara», de Pablo Cairo.

A fines de 1948 y en 1949, apuntó Arturo Agramonte en su libro Cronología del cine cubano, se hicieron varios rodajes en la Isla, la mayoría coproducciones. En algunos casos de escenas filmadas en La Habana, dándole participación a la orquesta o atracción artística más popular del momento, lo cual, según el historiador, «se hacía con el propósito de asegurar la taquilla local y reforzar los mercados extranjeros». De esta suerte, surgió A La Habana me voy, coproducción cubano-argentina, de Bayón Herrera. Bajo la dirección del gran músico Julio Gutiérrez (fallecido en 1990), en esta película aparecieron Las Anacaonas, orquesta femenina fundada en 1932 e integrada, desde sus inicios por ocho hermanas; asimismo, actuaron el tenor mexicano Pedro Vargas y Las Roche Carlyle Band, conjunto coreográfico del cabaret Sans-Souci.

En la década del cincuenta, continuó realizándose aquel cine, en líneas generales menor, pero que siempre le concedía suficiente espacio a la música (canciones, orquestas, tríos e intérpretes). Escuela de modelos, de José Fernández, parece abrir el decenio. Después, en Hotel de muchachas, dirigida por  Manuel de la Pedrosa, aparecerán Los Chavales de España, una orquesta muy popular por entonces que integraban, entre otros, Luís Tamayo (cantante) y Manolo Palos (pianista y arreglista), autor del bolero «Te sigo esperando», título de una película mexicana posterior, protagonizada por Libertad Lamarque y Arturo de Córdova, que tuvo locaciones en La Habana.

Siempre cerca de lo musical, en el propio año 1950, Raúl Medina hizo dos películas: Rincón Criollo y Qué suerte tiene el cubano. En la primera, que tuviera orquestación del maestro Obdulio Morales, figuraron Las Mulatas de Fuego y el dúo de Celina y Reutilio, cultivadores del punto guajiro, género que hiciera gala en la pantalla.

En Qué suerte tiene el cubano, protagonizada por Enrique Arredondo, José Sanabria y Candita Quintana, la presencia de los personajes clásicos del teatro bufo cubano, es decir, el negrito, el gallego y la mulata, sirvió de pretexto para poder incorporar números musicales de la autoría de Obdulio Morales, Orlando de la Rosa, Ñico Saquito (Antonio Fernández) y Dámaso Pérez Prado. Tuvieron actuaciones especiales en esta película Pedro Vargas, el Trío Servando Díaz, Trío Hermanas Márquez (Trini, Cusa y Olga) y Luís Carbonell, el acuarelista de la poesía antillana.

Estrella cubana del cine azteca, Ninón Sevilla, actriz y bailarina a las órdenes de Gilberto Martínez Solares y Alfredo B. Crevenna, respectivamente, protagonizó las coproducciones Mulata (1953) y Yambaó (1956). Pedro Armendáriz fue su compañero de reparto en la primera. En Yambaó, musicalizada por Obdulio Morales, Ninón hizo lo que desde siempre hizo mejor, bailar, en aquella ocasión, plenamente sensual, al ritmo de los tambores batá (okónkolo, omelé e itótele), de origen yoruba.

Cuando las mujeres mandan (1951), protagonizada por Garrido (Alberto) y Piñero (Federico), dirigida por José González Prieto, con música del compositor guantanamero Huberto Rodríguez Silva, tuvo actuaciones especiales de la Orquesta Havana Cuban Boys, la vedette Aidita Artigas y de los cómicos mexicanos Tin-Tan y Marcelo

Dado su valor documental, las comparsas del carnaval habanero de la época son el elemento más importante en Cuba, canta y baila (1951), de Manuel de la Pedrosa.

Años más tarde, Tropicana (1956), coproducción cubano-mexicana dirigida por Juan J. Ortega, recreó los fastuosos shows del «Paraíso bajo las estrellas», mientras Agustín Lara, el músico-poeta, decía sus canciones a las bellas modelos de Rodney.

No me olvides nunca, con música del maestro Julio Gutiérrez, fue otra coproducción cubano-mexicana de aquel año. Protagonizada por Rosita Fornés y Luís Aguilar, en la película apareció el Trío Hermanas Lagos en actuación especial.

Nosotras, rememoró Lucía, una de sus integrantes, también hicimos cine, cantamos en varias películas, entre ellas Tropicana, en el período en que nos presentamos con el Cuarteto de Carlos Faxas. En No me olvides nunca compartimos la escena con Benny Moré y Olga Guillot. Por otra parte, actuamos en una película filmada en Buenos Aires, titulada De Cuba traigo un cantar, que no pudimos ver terminada porque regresamos acá. Y cuando salimos en una gira por América Latina, dejamos hecha aquí otra película que también vimos, titulada Rumba en televisión*.

Como habrá podido inferirse hasta aquí, la aparición del sonido revolucionó la industria cinematográfica. La música, desde entonces, devino elemento muy importante del discurso fílmico. Hollywood lo comprendió inmediatamente y puso una legión de compositores norteamericanos y europeos, que solo hacía música destinada a la pantalla, a su servicio. El cine hablado en español, fundamentalmente el realizado en México y Cuba, dos países ricos en la esfera musical, también llenó de canciones, ritmos, orquestas e intérpretes sus películas.

En 1959, con la creación del ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficas), el cine nacional, gracias a la Revolución, alcanzó otra dimensión al crecer desde nuevos postulados estéticos e ideológicos. Cuba, ya para entonces y desde mucho tiempo atrás, era reconocida universalmente por su música, difundida en ocasiones también por cinematografías extranjeras, así como por la amplia extensión de la industria discográfica. Los mambos de Dámaso Pérez Prado y los cha cha chá de Enrique Jorrín, matancero uno, pinareño el otro, se escucharon en muchísimas películas mexicanas durante las décadas del cuarenta y cincuenta.

Asimismo, otros compositores e intérpretes, incluidas nuestras famosas rumberas María Antonieta Pons, Ninón Sevilla, Amalia Aguilar y Rosa Carmina, aportaron el sello de la cubanía a la industria cinematográfica mexicana por aquellos años.

Nota:

*Testimonio de Lucía Lago en Calzadilla, Julia (2002): Trío Hermanas Lago. Editorial Letras Cubanas, La Habana, página 42. La película Rumba en televisión fue dirigida por Evelio Joffre en 1950. Según el historiador Arturo Agramonte, no gustó al público.