El cine cubano ante las cámaras

El cine cubano ante las cámaras

Aparece la claqueta y tras la voz de acción, el cine cubano entra en escena y como una diva exhibe la majestuosidad de su historia a través de expresiones tradicionales y artísticas, costumbres y sabiduría.

La trama de marras abarca siglos de relatos, pues -según el argumento- pretende reflejar el valor del séptimo arte como vitrina cultural y, de paso, mostrar el desarrollo de una disciplina auténticamente nacional, devenida carta de triunfo de la isla dentro y fuera de sus márgenes geográficos.

Con una retrospectiva aparecen las primeras imágenes en pantalla y se lee: su nacimiento tuvo lugar un día de febrero de 1875, cuando el francés Gabriel Veyre introdujo el cinematógrafo Lumière y estrenó el cortometraje Simulacro de Incendio.

Justo entonces, el cameo llega como punto de partida de esa trayectoria en paralelo, signada por la evolución de todas las manifestaciones (música, teatro, danza, pintura y otras) que encontraron un sitio ante los equipos de grabación.

“Desde esa primera época había intentos de realizar documentales sobre figuras de las artes plásticas, filmar a un cantante en el escenario o una obra teatral”, recordó el director de la Cinemateca de Cuba, Luciano Castillo, en exclusiva con Prensa Latina.

El investigador y crítico señaló las luces y sombras que marcaron el crecimiento de la industria, cuyos primeros pasos -en ocasiones ignorados- permitieron registrar en el celuloide la imagen de grandes figuras del país como Rita Montaner, Alicia Rico, Candita Quintana y muchos más.

Aunque poco sobrevive de esos años iniciales, descuellan títulos icónicos de la primera mitad del siglo XX en el catálogo local, entre ellos el largometraje La virgen de la Caridad, creado en 1930 por Ramón Peón.

Pese a la reticencia de exponentes de diversas manifestaciones, el cine logró romper el monopolio del teatro, hasta convertirse en una sustancia adictiva en la vida social, que deslumbró con producciones como Casta de roble o Siete muertes a plazo fijo, de Manuel Alonso.

En ese contexto aparecen audiovisuales que gozaron de la aceptación del público, como la primera colaboración entre el cine y la radio: la serie La serpiente roja, escrita por Félix B. Caignet, recordó Castillo.

ETAPA DE LOS SOÑADORES

“Este período también se caracteriza por ser la etapa de los soñadores, como la llamaba el historiador Arturo Agramonte, porque eran muchas personas que trataban de hacer cine, de luchar porque se convirtiera en industria y buscar apoyo del gobierno de turno”, señaló el especialista antes de remarcar el impacto de la Revolución cubana, el 1 de enero de 1959.

Para ese momento, ya la cinematografía de la Isla rozaba la tercera edad; sin embargo, experimentó un renacer con la creación del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), el 24 de marzo de 1959, como vehículo propulsor de las ideas revolucionarias y para llegar a las masas.

Entonces la película de la filmografía local alcanza el clímax, dando paso a “un cine muy auténtico, apegado a la realidad nacional y cualitativamente superior”, explicó Castillo, quien se refirió también al valor de iniciativas como las proyecciones en diversos espacios y la programación variada para formar a los nuevos públicos.

Como parte ineludible de la cultura en la mayor de las Antillas, el cine protagonizó un salto olímpico, al emular el impacto de obras de otras expresiones como “un cuadro de Wifredo Lam, una novela de Alejo Carpentier o una coreografía de Alicia Alonso”.

“En este sentido, podemos citar clásicos como Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea; Lucía, de Humberto Solás; La primera carga al machete, de Manuel Octavio Gómez o El Hombre de Maisinicú, de Manuel Pérez”, puntualizó el crítico.

Asimismo, enalteció la escuela documental, que llegó a tener una connotación internacional, con lauros en festivales, entre esos los de Santiago Álvarez, calificado como cronista del Tercer Mundo y fundador del Noticiero Icaic Latinoamericano, el cual forma parte del programa Memoria del mundo de la Unesco.

En esta línea dramática ascendente, sobresalió también la industria de la animación, que pasó de un escenario dedicado casi exclusivamente a los anuncios comerciales, a producir obras de relevancia, hasta que en 1979 se estrena el pionero de este género, el largometraje Elpidio Valdés, dirigido por Juan Padrón.

REFLEJO DE LA HISTORIA, LA CULTURA, LA SOCIEDAD

A lo largo de los años, el séptimo arte logró entretejer el desarrollo del país en su narrativa, ser reflejo de la historia, exhibir el humor agudo del pueblo, abordar asuntos recurrentes como la emigración, condenar la intolerancia hacia la diversidad sexual y demostrar el sincretismo religioso impreso en el ADN del cubano.

“Contamos con varios clásicos vinculados a la cultura afrocubana, está Historia de un ballet, de José Massip, un extraordinario documental del proceso creativo del coreógrafo y bailarín Ramiro Guerra de la pieza danzaria Suite Yoruba”, explicó Castillo en relación con la presencia de raíces y tradiciones en la gran pantalla.

De igual forma, ponderó la realización de documentales muy importantes firmados por Nicolás Guillén Landrian o Bernabé Hernández, mientras otros cineastas apostaron por reflejar las religiones de origen africano en filmes de ficción.

A la par del crecimiento del cine, Cuba abrazó el ascenso de los espectadores, que muestran un gran afecto por la filmografía local, hecho que tiene su manifestación más evidente en cada edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, cuya venidera edición acontecerá del 1 al 11 de diciembre.

Sobre la cita, Castillo puntualizó que no existiría sin la industria del país caribeño, pues su nacimiento fue fruto del trabajo del Icaic y Alfredo Guevara, capaz de reconocer la magnitud de la tendencia que se gestaba desde la década de 1960 en América Latina y construir una ventana para su difusión global.

El festival -continuó- tiene la peculiaridad de ser el único movimiento cinematográfico continental y agolpar toda la fuerza e ideas de la región, en torno al séptimo arte, además de contribuir a la difusión y la realización de coproducciones.

Transcurren las últimas escenas de esta cinta, pero la historia del cine en la cultura cubana tiene más metraje por rodar, al decir del propio Castillo, porque en la “actualidad el Icaic continúa produciendo un conjunto de obras de una nueva generación que, a través del Fondo de Fomento del Cine Cubano, exhiben técnicas contemporáneas y ofrecen una mirada diferente sobre la realidadʺ.

Con un catálogo de cientos de audiovisuales, una amplia selección de libros relacionados con la industria, una agenda diversa de eventos y un impacto indiscutible en la cultura de Cuba, pareciera que el cine de la Isla solo adolece de una fecha marcada en el calendario para celebrarlo.

Quizás un día de febrero, en alusión a su entrada al país, o el 24 de marzo, como evocación del surgimiento del Icaic, servirían como cumpleaños, un par de apuestas al aire justo cuando empiezan a correr los créditos y el final advierte que habrá secuelas.

NOTA EDITORIAL

Este artículo de Liz Arianna Bobadilla León apareció publicado en Prensa Latina con el título ʺCambio de roles, el cine cubano ante las cámarasʺ.

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