Huberto Llamas

Huberto Llamas

Por: Liset García.

Su pasión es el teatro, pero no solo eso. De ahí que él mismo no sabría definir si la magia que lo acompaña, la casualidad o el destino, lo lleven a volar de un lado a otro. Ahora La Habana fue otra vez su nido, esa ciudad que lo vio nacer hace casi ocho décadas y que lo ha retenido un tiempito más, bien aprovechado para tejer nuevos proyectos.

Ese es Huberto Llamas, un maestro que sabe despertar la sensibilidad y está convencido de que la educación, la salud, la cultura, el deporte y la gente, son las cinco puntas que hacen de Cuba una estrella.

Su apellido da fe del calor que irradia en cada sitio al que llega. Así fue en el barrio de La Güinera, donde los vecinos volvieron a subirse al escenario, como hace 32 años cuando fueron protagonistas de Santa Camila de La Habana Vieja, un suceso que tuvo entonces el privilegio de tener como espectador a Fidel.

Por ese invicto guerrero que esparció allí una revolución de oportunidades y renueva cada día su poder de convocatoria, se hizo una velada de tributo, de la mano del maestro Huberto, conocedor de lo que pueden aportar sus pobladores desde su humildad y la impronta de lo vivido tres décadas atrás, que ahora renace.

La realidad es la fuente de aprendizaje de este hombre que lleva el alma expuesta, y tiene en la mirada un brillo cuestionador, como diría Fernando Pessoa. Nómada confeso reitera el placer por leer el lenguaje corporal de quienes halla a su paso. «Me place descubrir su luz».

Recuerda con nitidez aquellos años de andar desde Chile hasta México, pasando por Centroamérica, en dos camiones-casa-camerinos-escenario, en el que estuvo posado casi dos años junto a un equipo de teatristas, juglares y soñadores, recogiendo enseñanzas de ese público ávido por comunicarse, desde el indígena más ancestral, hasta el parroquiano menos humilde.

No olvida el momento amargo de uno de esos terremotos que sacuden nuestra región, en que «las personas celebraban a quienes quedaron vivos, y nunca preguntaron por los bienes perdidos bajo los escombros, lo que indica que la vida sigue siendo la prioridad».

Huberto vino a Cuba hace dos meses dejando pendiente una gira por las ciudades de Santo Domingo y México. «Cuando me llamaron lo aplacé todo. Soy mensajero de paz, tras la huella de Bolívar, gracias a quien en América Latina hay tantas banderas que ondean por amor, ese que nace de sus pueblos, pese a las desigualdades cada vez más acentuadas y la escasez de oportunidades para niños y jóvenes. Es por eso que vuelo a todas partes a repartir alicientes, lo que sé hacer».

De él habría que decir mucho más, como que no podría escribirse la historia del teatro en Cuba sin mencionarlo. Tan inolvidables fueron sus montajes de obras como Santa Camila, Andoba, Clave por Rita Montaner y la Cantata por la Paz, como su contribución a que la fantasía no desaparezca.

NOTA EDITORIAL:

Este artículo de Liset García apareció publicado con el título “Las llamas de un nómada nombrado Huberto” en Tribuna de La Habana, el 7 de enero de 2022.

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