Muñoz Bachs y sus carteles animados

Muñoz Bachs y sus carteles animados

Por: Frank Padrón.

Dentro del boom de la cartelística cubana (decenio 1960-1970) y la vanguardia que significó la dedicada al cine desde el ICAIC, Eduardo Muñoz Bachs (Valencia, España, 1937-La Habana, 2001) se considera un pionero de las técnicas y personajes utilizados en la escuela cubana de animación, al punto de que él mismo se dedicó a realizar esa labor, una vez creado en el instituto de cine el departamento respectivo: muchos de nuestros primeros “muñequitos” llevan su firma.

Los textos visuales de este Bachs caribeño del pentagrama pictórico se caracterizan por el sentido del humor, la energía en la mezcla y el uso general del color, la seguridad en la línea y el empleo del dibujo con matices significativos.

En un contexto local —escribe la experta Sara Vega— en el que la mayoría de los diseñadores abogaba por el uso de códigos gráficos complejos, Muñoz Bachs afrontó su trabajo con aparente simplicidad, haciendo énfasis en elementos figurativos sencillos. Sus carteles son la expresión de un mundo cargado de poesía y de un imaginario muy personal habitado por innumerables personajes cercanos a lo que pudiera considerarse un universo de fábula, poblado de peces, arlequines, payasos, leones, aves, que aparecen en medio de jardines exuberantes con flores de gran colorido1.

Tiene razón la especialista cuando habla de aparente sencillez, pues un estudio a fondo, en no pocos de sus afiches, rebela matices y sutilezas que trasuntan un proceso de elaboración bien complejo: las gradaciones cromáticas entre negro y grises para el rostro irascible del Karate campeón; la radiografía humana que emite signos monetarios en Bisturí, la mafia blanca; otros rayos x, pero donde se sustituye el cuerpo humano por una cruz, dentro de El amigo americano; o el indio que pide auxilio sumergido en una inmensa cafetera abierta y sembrada en extraño huerto; son códigos eclécticos y polisémicos que demandaban una lectura más profunda por parte del destinatario tras la mirada rápida que implicaba la función primaria: invitarlo a ver la película, adelantando muchas veces ideologemas que el espectador encontraría en ellas.

Autodidacta, Bachs procede de la publicidad; durante los años cincuenta realizó spots y telops para la televisión y agencias comerciales; pero, aunque heredó el espíritu comunicacional y semiótico del oficio, superó con creces los marcos de éste para abrirse a registros estéticos mucho más amplios y ricos, desde que comenzó a trabajar para el cine, una década más tarde.

Mayra Vilasís le dedicó su documental El cine y yo, que fue reconocido con importantes distinciones fuera y dentro de Cuba, y gran parte de sus carteles y bocetos se atesoran, tanto en el Museo de Bellas Artes de Cuba, como en el Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad (MuVIM), en España.

Resultó el diseñador más prolífico del ICAIC y uno de los que mayor trascendencia y prestigio adquirió, incluso fuera de nuestras fronteras, con afiches como “Árbol cantarín”, “Cinemateca de Cuba. Cine de Arte ICAIC”, “Amante a la medida”, “9 cartas a Berta”, “7 hombres de oro”, “Trópico”, y muchísimos otros de su inmenso catálogo.

Recordarlo, en el aniversario de su muerte, es rendir homenaje también a la vigorosa escuela cubana del cartel, dentro de la cual es uno de sus nombres imprescindibles.

Nota:

1 Vega, Sara; Alicia García y Claudio Sotolongo. Ciudadano cartel. Editorial ICAIC, 2001, p. 101.

Fuente: Cartelera Cine y Video, Nro. 188

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