Un actor y ser humano ejemplar

Un actor y ser humano ejemplar

Cumplo agradecido con la solicitud de participar en este homenaje póstumo a Mario Balmaseda, aportando brevemente recuerdos y mi valoración de su contribución al cine cubano, a nuestra cultura.

Fue en 1970, en Los días del agua, de Manuel Octavio Gómez, su debut como actor cinematográfico, cerca ya de cumplir treinta años. Llegó al cine después de una sólida formación profesional y valiosa experiencia teatral, resultado de sus estudios y trabajos en Cuba, a los que se añaden los que realizó durante tres años en la República Democrática Alemana.

Mario había aprendido en profundidad la verdadera dimensión del teatro, recitando textos de Sófocles, Ibsen, Lope de Vega, Pirandello, O’Neill, Brecht y otros, más nuestros clásicos nacionales. Se inició entonces como actor cinematográfico y se fue convirtiendo progresivamente, en el curso de tres décadas, en una de nuestras figuras emblemáticas. Así de simple e indiscutible.

Su filmografía es reveladora de su versatilidad y talento actoral extraordinario, y preciso que el término no tiene un ápice de exageración, es el calificativo que corresponde por tener cualidades excepcionales, respaldadas por su cultura y profesionalidad.

Recordar sus personajes —hago breve selección— en De cierta manera, El hombre de Maisinicú, El brigadista, Se permuta, La última cena, La inútil muerte de mi socio Manolo, La obra del siglo o Baraguá, es admirar la pluralidad de recursos que tenía para afrontar exitosamente los retos actorales. Capacidad de ser cubano (en toda la diversidad de la palabra) en sus actuaciones, de no repetirse, de crear y recrear, enriqueciendo los personajes que interpretaba. Ya podían venir estos cargados de sugerencias en los guiones que iba a interpretar, o en las indicaciones que le daban los realizadores que lo dirigían, pero él aportaba algo más: el extra que le permitían su talento y su intuición expresiva. Ahora, en el cine, no actuaba ante los espectadores asistentes a la puesta en escena teatral: era en el interior o el exterior de una locación cinematográfica, ante una cámara que lo filmaba. Y hasta se podían repetir las tomas para encontrar la más lograda.

Cito palabras suyas en una entrevista de finales de los años ochenta en la Revista Cine Cubano: «La experiencia teatral es distinta, pero poco a poco empecé a amar el cine, y se ha convertido ya en otra de las pasiones de mi vida, a la cual le entrego la pequeñita experiencia que pueda tener. (…) El cine ha sido para mí una gran escuela. (…) Yo no quiero renunciar al privilegio histórico de ayudar a hacer el cine cubano».

De Mario como actor en nuestra televisión, continuación de su encuentro con el cine, considero que otros compañeros de ese medio pueden expresar mejor la huella que dejó y que lo hizo tan popular en toda Cuba por los seriales en que participó. Solamente menciono ahora su inolvidable personaje de Reinier, en el serial En silencio ha tenido que ser.

Pero regresando al teatro para enlazarlo de nuevo con el cine, Mario fue el actor que encarnó en nuestro escenario, de manera magistral, a grandes personalidades de la historia universal. Cómo no recordar, los que tenemos edad para hacerlo, su Lenin en El Carrillón del Kremlin. Pero es en nuestro cine, en 1986, donde tiene una experiencia excepcional al darle vida a Antonio Maceo en Baraguá, el filme dirigido por José Massip.

Recuerdo, y les recuerdo ahora, lo que Mario narró de aquella extraordinaria aventura creativa: «En un principio pensaba que no podía hacer el personaje. No es que me faltara un nivel de conocimiento, de poder entender, pero una cosa es entender la vida de Maceo y otra representarla. No me veía en el personaje. Así se lo dije a José Massip, y hasta le sugerí otros actores. Él me planteó, con una confianza que me ayudó mucho, que me había visto en Lenin, Dimitrov y Bolívar, y estaba seguro de que yo podía ser Maceo. Además, insistió en que no le interesaba una caracterización desde el punto de vista naturalista, un parecido exacto, sino crear una impresión, una atmósfera».

Y prosigue Mario, después de haberse decidido a aceptar el reto: «Meses antes de iniciada la filmación comencé un riguroso trabajo de preparación, tratando de buscar distintas vías y variantes: biografías, escritos, fotos… Massip me prestó libros importantísimos y puso en mis manos el epistolario de Maceo. ¡Y qué importantes son las cartas de un hombre para entenderlo! ¿Qué pasaba por la mente de Maceo en esos años, cómo lo llevaba a cabo, de qué manera lo exteriorizaba? Yo podía equivocarme quizás en el teatro con otros personajes, ¿pero fallarle al pueblo cubano en el cine con la imagen de Antonio Maceo? Así, pues, tenía esa presión y un cierto temor. Fueron los días en que me pasaba horas enteras encerrado en la casa con un vestuario similar al de la película, sufriendo y amando al personaje».

Concluyo aquí esta síntesis de Mario enfrentando el reto de caracterizar al titán de bronce. Creo que en lo que él resume se expresa su actitud ejemplar como actor y persona ante los desafíos de la vida.

Quiero concluir mi recuerdo de Mario haciéndoles conocer, o recordar a los que tal vez la leyeron hace ya treintaicinco años, otros fragmentos de palabras suyas en la entrevista de la Revista Cine Cubano, que se tituló ʺEl privilegio de hacer cineʺ. Hermosa reflexión que caracteriza su sensibilidad y calidad humana, que demuestra que estamos homenajeando hoy a un gran artista, un gran ser humano, que deja una huella imborrable en nuestra cultura. Aquí va: «No hay amor sin poesía, ni acto humano, tierno o terrible, que no esté tocado por esa vara mágica. Quizás soy un soñador, quizás un romántico empedernido, pero todo lo que hago, mi trabajo en primer lugar, lo enfrento con el demonio de la poesía metido en mis ojos. Cuando hago algo, no aspiro a otra cosa que a conmover al público, a suscitar en él la reflexión, la duda, la polémica, la reflexión, la irritación, y por supuesto, la belleza».

Y concluía la entrevista con estas palabras: «Solo cuando llegue la muerte dejaré de soñar».

NOTA EDITORIAL

Texto leído por Manuel Pérez Paredes en el homenaje a Mario Balmaseda, realizado el 12 de octubre de 2022 en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional.

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